jueves, 16 de octubre de 2014

La cetrería sobrevuela con fuerza Avilés

  • La caza con aves de presa atrae a un número creciente de aficionados, seducidos por la belleza de sus vuelos

  • BORJA PINO |  AVILÉS.

Volando a ciento cincuenta metros del suelo, con el viento a favor y un suave balanceo desde la izquierda, el halcón 'Ícaro' otea el suelo sin variar el rumbo, en busca de su dueño. Al localizarlo, emprende un rápido y preciso picado que, en apenas diez segundos, le lleva a posarse sobre el brazo enguantado de Alejandro Pizarro Chacón. Es él, cetrero desde hace ya diez años, quien ha entrenado a esta ave de presa hasta convertirla en un eficaz instrumento de caza. Y también es él quien los días 18 y 19 de octubre, en Manzaneda, medirá a su criatura, y a las cinco restantes que tiene en propiedad, con las de otros aficionados a esta práctica, el segundo Campeonato Asturiano de Cetrería.



Pizarro es uno de los cada vez más numerosos representantes en Asturias de esta práctica, generalmente poco conocida, que consiste en adiestrar y utilizar aves rapaces para cazar, ya sean presas terrestres o aéreas. Sólo en Avilés son seis, muchos encuadrados en la Asociación Cetrera Asturiana. «Todos los años se apunta alguien nuevo, y es algo que engancha; es verdad que el pájaro se lo compras a un criador o a otro cetrero, pero a partir de ahí hay que entrenarlo. Eso es lo que realmente gusta», confiesa Pizarro.
Lejos de ser una práctica aleatoria y poco regulada, la cetrería está sujeta a una detallada reglamentación, que diferencia dos modalidades fundamentales: la altanería, para la que se utilizan halcones, y el bajo vuelo, en la que abundan pájaros como los azores o las águilas harris. «En altanería, las claves son la velocidad y la altitud; cuando más arriba vuela tu pájaro, mejor, porque tienes mayor radio de acción. En el vuelo bajo, en cambio, el truco es el camuflaje, el pegarse al suelo para que la presa no te localice».
No obstante, e independientemente de la variedad, conseguir que un ave rapaz responda a las órdenes de su amo no es tarea fácil, ni tampoco barata. Como cualquier otro animal, los pájaros deben comer y ser alojados en una condiciones adecuadas para preservar sus habilidades, pero que garanticen que no huyan. «Una vez sueltas el pájaro del puño, puede ser la última vez; si no quisiera volver, no volvería, porque la fuga es su reacción natural ante lo desconocido», señala Pizarro.
Para evitar esa respuesta instintiva, la única solución posible es el adiestramiento continuo. Para ello, lo primero que el cetrero debe conseguir es resultarle atractivo y familiar al pájaro, ganándose así su confianza. «Los guantes con los que nos protegemos los brazos están hechos de cuero, así que a las aves las alimentamos poniendo señuelos y comida en trozos de ese material. Una vez se habitúan a nuestra presencia, pasamos a entrenarles en la detección y persecución de presas, cada vez a mayor altura».
Sin embargo, los días de práctica y la inversión monetaria dan como resultado el que, a juicio de Pizarro, es el verdadero aliciente de la cetrería: el vuelo. «La motivación no es la caza; el día que cazamos algo hacemos fiesta. Lo guapo es ver al pájaro a trescientos, a cuatrocientos metros, y contemplar u oír sus picados, porque a veces baja tan deprisa que no lo ves. Capture o no a la presa, que la mayor parte de las veces no, es un placer verlos».
Con la satisfacción impresa en el rostro, Pizarro concluye admitiendo que le gustaría que las autoridades les diesen permiso para volar en cualquier lugar. «Estos pájaros no son peligrosos; de hecho, ayudan a librar a las ciudades de palomas y gaviotas. Son bellas y no molestan, y pagar un coto de caza es muy caro».